Padres ejemplares los del galo Llorca. Mamá, apasionada de la disco, del house y demás música negra, no sólo le prestó su extensa colección de vinilos, sino que incluso se lo llevaba a bailar con ella. Papá, uno de los primeros analistas informáticos de Francia, le regaló un ordenador a los 11 años y le adiestró en su doma. El Llorca adolescente, enganchado a los arcades, empezó emulando esas musiquillas hoy entrañables y mandando demos, sin éxito, a las empresas de videojuegos. Los años pasaban, la informática avanzaba y pronto vio sus posibilidades para recrear una banda completa desde un simple PC. Conoció a David Duriez, con inquietudes similares, y formaron el dúo Les Maçons de la Musique, así como el sello Brique Rouge. El primitivo sonido artificial quedó entonces tintado de funk, soul y jazz, herencia de mamá. La electrónica quedó relegada a simple método para componer unas piezas con ambición de ser orgánicas. Eso es lo que empujó a Eric Morand, capo de F Communications junto a Laurent Garnier, a ficharle, ya en solitario, cuando le llegó su maqueta en 1997.
Desde el momento en que entró en la escudería que descubrió a Saint Germain -con quien Llorca comparte terreno además de nombre de pila, Ludovic-, el electrosoulman de Lille lanzó algunos singles y, en representación de la casa, ha pinchado en los clubs más prestigiosos del mundo. Ahora, Llorca nos trae su LP \"Newcomer\" (\"Recién llegado\"), en lo que promete ser un concierto excitante con un generoso despliegue de medios instrumentales.
House, brazil, jazz, disco, funk, reggae, dub, blues, soul, folk, hip hop. Con esta versatilidad abrumadora, lo único que no cuadra es la modestia del título.